viernes, 9 de julio de 2010

Cuenticorto

Erase una vez un bosque oscuro donde el sol solo brillaba en un rincón, y en ese rincón había un refugio donde aguardaban las personas que querían zafarse un tiempo de la oscuridad, de las bestias que fuera rondaban, de las víboras que arpías vigilaban y del frío que afuera los aguardaba.
En ese lugar reían, jugaban, descansaban, trabajaban, aprendían, pero sobre todo se relajaban. Se olvidaban de las bestias, las víboras y el frío y pensaban en como poder hacer que el sol abarcase todo el bosque y no solo ese rincón y asi transformarlo en un lugar alegre, habitable e iluminado.
Entonces pensaron en enlazar al sol y arrastrarlo un poco mas hacia el centro, pero ninguna soga resistió inmenso calor. Quisieron también correrlo a soplidos y abanicadas pero sus pulmones y los cientos de abanicos no bastaron para moverlo ni un milímetro. Y llegando a la conclusión de que no podrían moverlo, decidieron reflejarlo... reflejar sus rayos con un gran espejo.
Entonces fabricaron un espejo hermoso, brillante, gigante que hacia que los rayos del sol que iluminaban el rincón se retractasen en el y reflejasen en el resto del bosque.
Pero a las víboras no les gusto la luz, porque los rayos de este maravilloso sol cálido, resplandeciente y salvador las encandilaba. Entonces enardecieron a las bestias, convenciendolas de que esta luz era mala, que esta luz no era normal y solo traería desgracia, por lo que las bestias, enceguecidas, se lanzaron contra el bello espejo y lo rompieron, lo destruyeron... y el sol dejo de reflejarse y la luz volvió a quedar solo en aquel rincón.
Después del desgraciado acontecimiento, las personas asustadas, tristes, desilucionadas y desganadas, volvieron a reunirse como siempre... y otra vez llegaron a la conclusion de que era necesario que el resto del bosque gozara del sol. Y sin perder la esperanza, comenzaron a pensar en como diseñar un gran espejo, pero esta vez uno irrompible.

mR

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